El Blog de Emilio Matei

viernes, 9 de agosto de 2013

Todavía Bach siempre Bach

En el deambular por los canales culturales, en particular por la programación de Films and Arts, me crucé varias veces con el ballet Cloud Gate Dance Theatre of Taiwan. Esta notable compañía que dirije Lin Hwai-min (1947), bailarín y coreógrafo Taiwanés que estudió el teatro clásico chino, la danza clásica en Japón y la danza contemporánea en Nuva York.

Lin Hwai-min
Lin es todo un personaje. Descendiente de una familia de profesionales intelectuales, tiene los movimientos medidos y perfectos de un experto en Tai Chi y Chi Kun y una cierta femineidad y una carga eléctrica interior chirriante y dura que se trasunta por más que su orientalidad se imponga en el exterior. Ese exterior que lo obliga a poner un Buda y las fotos de sus padres en la habitación de cada hotel en el que para creando una lógica aunque inesperada intimidad humana y Kitsch.
Quiero que mis bailarines, en el escenario, no piensen, actúen como animales, dice. Y lo logra. Sus bailarines son perfectos, animales perfectos, precisos.
Pero no es de él en particular que trata esta nota. Sino de su obra. Más específicamente, de la música que utiliza y de la dialéctica que esa música produce con la danza a la que acompaña.
Como no puede ser de otro modo, sólo puedo oír con mis oídos formados en occidente. Y eso tal vez me vuelva, por más que intente evitarlo, prejuicioso. Debo aclarar esto antes de seguir adelante. Just in case.
La mayor parte de las obras de Lin Hwai-min utilizan música concreta o electrónica. A veces, aunque no siempre, con un marcado orientalismo.

Johann Sebastian
Bach
En su espectáculo Moon water, los movimientos son explícitamente basados en el Tai Chi. Y la música, y esto es lo que me parece extraordinario, en seis suites para celo solo de Johann Sebastian Bach, tocadas en vivo por el celista Mischa Maisky.
El resultado de sus anteriores obras, al menos las que tuve oportunidad de ver, acompañadas por otro tipo de música, como dije más arriba, resultan en hechos muy próximos a la plástica. El sonido interactúa con los bailarines en un mismo nivel. Diría que no hay conflicto, sólo un diálogo.
En este caso, la música de Bach dialoga con la danza oriental de un modo que nunca había visto antes por su cualidad dialéctica de reforzar lo mejor de ambos mundos. En particular, la calidad reflexiva de la música para celo de Bach, da consistencia a la profunda intelectualidad del mensaje oriental, quitándole esoterismo y sumándole una cuota de razón que lo modifica y lo aproxima mediante el otorgamiento de una transparencia definida. Crea una puerta en la que el intelecto oriental resulta por fin claro.


Lin Hwai-min, sus conocimientos de ambos mundos, lo ponen en el lugar de comprensión que hace falta para poder crear semejante obra. Pero no en vano elije, de toda la música de occidente, la de Johann Sebastian Bach, y en particular la obra para celo solo. Tal vez por su conexión directa a la condición humana, por su diálogo tan perfecto con esa condición, la que da esa particular atemporalidad y universalidad que siempre establece puentes. 

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