Obreros |
Vivir bien significa, en el caso
de los asalariados del mundo capitalista, que constituyen la base social y la parte más grande de las
poblaciones, tener un buen sueldo en relación a los precios. Un buen poder
adquisitivo. Y tener un buen sueldo casi siempre se identifica con las
dificultades para exportar en un mundo competitivo como el actual.
Sin embargo en un estado de
bienestar, tomando como definición aproximativa la que figura más arriba,
existen recursos para mantener sueldos relativamente bajos o con menor incidencia
en el precio final de los productos, sin hacerles perder ese poder adquisitivo.
Los subsidios a los alimentos, a la energía eléctrica y al transporte, sumados
a otros beneficios sociales, cumplen también, y entre otras, esa función. Claro
que a costa de pérdida de capacidad para la creación, mejoramiento y
mantenimiento de las infraestructuras del país.
El costo de la energía subyace a
casi todos los precios que las personas deben pagar. Es bastante obvio que
detrás de los precios del transporte, de la calefacción y la iluminación
eléctricas, del uso de hornos de cocción o de producción de insumos, y de
tantas otras actividades, hay una componente muy importante de costo en
combustibles.
Si se toma como ejemplo el del
transporte automotor, se verá que existe una componente de capital, el vehículo en sí, y otra de
combustibles, naftas y aceites. Para mantener este último costo bajo, habrá que
subvencionarlo, lo que implicaría derivar parte de los impuestos hacia ese
objetivo, o, producir más combustible y a
más bajo costo.
El problema es que la producción
de combustibles, como la de alimentos, no siempre es limpia. En la mayor parte
de los casos hay que llegar a un equilibrio entre las necesidades a cubrir y la
contaminación resultante. Teniendo claro que un cierto grado de contaminación
es inevitable, al menos en el estado actual de la tecnología.
El Paraíso |
En realidad minimizar
la contaminación es un imperativo. Dejar de producir combustibles porque
contaminan, es una barbaridad que condena a los pobres, siempre a los pobres, a
quedarse en su pobreza.
Las posiciones fundamentalistas que
obligarían a las mayorías a vivir en peores condiciones bajo el argumento de
que la contaminación nos embarga el futuro, se parecen bastante a los
argumentos de las religiones en cuanto a aceptar un presente miserable en función
de un paraíso que nos espera más adelante.
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