Hace frío en
Grecia. Un invierno más, el cuarto desde que la crisis devasta el país. Los
buitres del liberalismo económico tapan el poco sol que se ve en esta época del
año y, tal como viene la cosa, taparán también la primavera que se aproxima.
Pero a lo mejor en la calidez de la primavera se pueda respirar un aire un poco
más puro. El de hoy es infecto, tóxico y portador de una bruma maloliente cuyos
efectos todavía no se conocen.
Hace frío en
Grecia y en las grandes ciudades, en Atenas y en Tesalónica, la gente no tiene
dinero para comprar combustible. Y entonces quema lo que puede. Muebles viejos
y no tanto decorados con barnices y pinturas de vaya uno a saber qué composición,
quema también toda la basura combustible y la madera verde de árboles añosos de
lugares que hasta hace poco eran considerados santuarios y ahora, sin quién los cuide por los despidos que engrosaron la cohorte de desocupados, son un triste
suministro, por muy poco tiempo, de madera húmeda para mal quemar en una
defensa escasa contra el frío.
Cuánto del pasado
de las familias, en un país cuyo pasado convive con el presente de todo
Occidente, se convertirá en humo tóxico a cambio de un poco de calor. Qué le
espera a esa gente el invierno que viene, cuando ni muebles habrá para quemar y
cuando los bosques se hayan convertido en páramos.
Los últimos tres
meses el fisco griego recibió ochenta y cinco millones menos de euros por
disminución de la venta de combustibles.
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