Estos últimos tiempos hemos visto cómo bandas, armadas o no,
invadían las embajadas de Estados Unidos en varios países. En ciertos lugares,
inclusive, atacaron embajadas de países europeos, los que algunos consideran que
apañan a los que ofenden a la religión islámica.
Julian Assange |
El caso del ataque a la embajada norteamericana en Bengazi,
con la muerte del embajador y algunas otras personas, es el más llamativo.
Sobre todo teniendo en cuenta que la revuelta que termina con Khadafi empezó
allí y fue apoyada tanto por algunos países europeos como, con no demasiado
disimulo, por los norteamericanos.
Pero quiero dejar de lado por un momento a las razones
políticas y sociales que produjeron estas invasiones. Me voy a instalar en la
extraterritorialidad, inviolabilidad, que se les asignaba a las embajadas.
Todos creímos que la civilización pasaba también por algunos
acuerdos fundamentales. Como por ejemplo, la Convención de Ginebra y la Declaración
de los Derechos Humanos. Que si bien no conseguían eliminar las guerras,
trataban de limitar el sufrimiento.
Durante algunos años se tuvo la esperanza de que esas normas
fueran aceptadas cada vez por más naciones. Beata
ingenuità, como dicen los italianos de una manera tan elegante. Las normas
poco y nada se cumplieron. Sin embargo, las embajadas con sus particulares
derechos fueron, casi siempre, respetadas. En ellas no hay pobres y anónimos
soldados, hay, con frecuencia, gente de muy alto nivel social. De esa que
siempre parece estar viviendo en Casablanca,
cualquiera sea su nacionalidad. Y ya se sabe que entre bomberos no hay que pisarse la manguera. Pero parece que ya
eso no va a suceder más. Y es lógico, todos aceptan que no puede haber más
Baron Rojo haciendo la venia al enemigo, que cae en paracaídas, desde un
biplano con cruces de Malta en las alas. La dignidad es un lujo que no
trascendió a la posmodernidad.
El Baron Rojo |
Hasta algunos políticos ingleses dudan de la legalidad de la
inviolabilidad de las embajadas. Claro, ahora ellos tienen a Julian Assange en
la embajada de Ecuador y nadie sabe si, en
realidad, no van terminar por sacarlo a la fuerza.
Los países más poderosos deberían tener en cuenta que su
poder, si bien les permite sentirse inimputables al romper las mismas reglas que ellos crean, también los
somete a la posibilidad de que otros se sientan avalados por las transgresiones de los poderosos y busquen la oportunidad para, ellos también, no cumplir esas reglas.
O tal vez a Estados Unidos no le importe demasiado la muerte de un embajador y
de otros ciudadanos. Todo en función de la meneada y repugnante razón de estado. Sobre todo cuando está sucia de petróleo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario