Estos días me encuentro con
disyuntivas extrañas.
En general los hechos
objetivos, los que son claramente mensurables, deberían ser considerados más
allá de las ideologías o al menos de los encuadres partidarios. Si llueve,
llueve para todos. Basta estirar la mano y dejar que se moje para constatar un
hecho obvio y apolítico por naturaleza.
Pero qué pasa cuando los hechos no son tales, cuando son construcciones de los
medios o de instituciones francamente poco confiables.
La búsqueda de la verdad se
vuelve, entonces, una búsqueda difícil, plagada de trampas y con resultados que
igual serán discutidos y descreídos por aquellos a los que no les convienen o
los que tienen colonizadas las ideas.
Apolo, dios de la Verdad entre otras actividades, despellejando a Marsias |
Nunca fue más difícil probar
un hecho social, por más sencillo que sea.
No, eso es un hecho, no es una cuestión política. Escucho decir a cada rato. Y no se trata, en la mayor
parte de los casos, de personas que mienten a sabiendas. Se trata de personas
muchas veces honestas pero que están mal
informadas y que suelen ser acríticas con las verdades que resultan evidentes para su clase o a la clase en la
que se autoincluye. Y digo autoincluye en plena conciencia de que la gente,
sobre todo la de clase media, se desespera por sentirse en un nivel superior al
que le corresponde y lo único que consigue es interpretar al mundo según los
intereses de otros, intereses que casi siempre terminarían por destruirlos.
Alcanzar una información
verídica se ha vuelto una tarea poco menos que desesperante. Queda sólo la
propia experiencia y los hechos que se imponen por sí mismos, como la lluvia.
Y la lluvia es un buen
ejemplo y una referencia para las comparaciones. Si llueve, llueve, más allá de
si estamos o no en un período del niño o de la niña, si tenemos un paraguas o
no, o si somos capaces, respecto a la lluvia, de aprovecharla o de sufrirla.
Me gustaría usar ese ejemplo
de la lluvia para tomar un caso como modelo. Si hay más gente con coches
nuevos, respecto a la utilidad o al placer que les dan a sus dueños no importa si es porque no
se pudieron exportar, porque se vienen elecciones o por cualquier otro motivo. Lo
que sí es cierto es que los que los compraron tuvieron suficiente dinero, más
allá de los descuentos que les pudieran haber hecho, o créditos que les otorgaron para que compraran, como
para hacerlo. Y ese dinero tiene que haber salido de algún lado.
Si uno acepta la causalidad
como una ley de la naturaleza, siempre habrá causas para los efectos. Pero los
efectos son lo que son o, mejor, son sufridos
por lo que son. Y casi nunca coinciden con los que fijan los medios de difusión masiva por estos últimos tiempos.
Claro que en la elección de una
serie de efectos, aún cuando no se
miren sus causas, se hace un recorte de la realidad. Y ese recorte, otra vez,
es político, y dificulta la comprensión y la búsqueda de la verdad.
La búsqueda de la verdad es, en realidad y mal que nos pese, una
dura tarea, bastante complicada por estos tiempos que corren.
Para tener en cuenta: Marsias, trovador que osó enfrentar a Apolo, la Verdad oficial del Olimpo, terminó cuereado.
Para tener en cuenta: Marsias, trovador que osó enfrentar a Apolo, la Verdad oficial del Olimpo, terminó cuereado.
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